Por Mónica Heinrich V.
No es difícil imaginar todos los obstáculos por los que puede atravesar el cine iraní. Desde sus inicios, en Irán el séptimo arte fue considerado además de ilegal, una herejía. Antes de la revolución del 79, los filmes no podían difundirse. Primero, porque eran el símbolo del poder occidental y segundo, porque la congregación de personas para ver las películas significaba un peligro para la mezquita. Como ningún yugo es eterno (o eso nos quieren hacer creer), en el 79 el proletariado iraní se levantó y con él se hicieron algunas reformas. Por primera vez en su historia, el cine tenía la posibilidad de ser exhibido. Pero, las restricciones continuaban vigentes. Está claro el dicho: “La libertad no consiste en cambiar de collar sino en dejar de ser perro”, y lo cierto es que la política iraní cambió de aspecto pero no de contenido. A la aparente apertura hacia el ingreso de los filmes, los cineastas iraníes se vieron restringidos a tocar cualquier cuestión política y, sobre todo, religiosa. Es así que la necesidad -que siempre empuja y estimula- creó fórmulas de lenguaje que además de respetar las normas legales del país podían enviar mensajes subliminales sobre las condiciones sociales, políticas y religiosas de esa golpeada realidad. Quizás el cineasta más influyente de ese entorno sea Abbas Kiorastami. El hecho de que El sabor de las cerezas haya conquistado la Palma de Oro en el Festival de Cannes marcó la pauta para sus compatriotas y abrió la senda para entrar con fuerza al mercado del cine independiente. A partir de ese momento, los filmes iraníes fueron recibidos con expectativa y, la mayoría de las veces, con elogiosos comentarios.Jafar Panahi, por su parte, introdujo nuevos elementos. Con un guión de su maestro Kiorastami (siempre Abbas), filmó una historia protagonizada por niños. El globo blanco manejó un argumento sencillo, austero y hasta divertido. El golpe de gracia o el contenido social del filme pasó ante los espectadores en los últimos 10 segundos del filme. Curioso y sorpresivo, se contó una historia de una niña que deseaba comprar un pez para recibir el Año Nuevo y de refilón se desnudó toda la problemática de las prohibiciones que sufren las mujeres y la situación del que se siente extranjero. De ese mismo modelo surgió Los niños del cielo (Majid Majidi), que ganó el Oscar a Mejor Película Extranjera, la historia de un niño que pierde sus zapatos e idea todo un plan para que su padre no lo descubra, supo conquistar a los críticos; Samira Makhmalbaf, por su parte, sorprendió al mundo del celuloide al ganar la Palma de Oro en Cannes con sólo 18 años. La Manzana es una de las películas más representativas de Irán. Basada en un caso real, narra la historia de dos niñas gemelas que vivieron encerrradas en su casa durante sus once años. Una trabajadora social, alertada por los vecinos, decide tomar cartas en el asunto. El filme muestra al espectador el descubrimiento que hacen ambas niñas del mundo. Con evidentes retrasos en el lenguaje y en el pensamiento, las gemelas se roban el corazón del público. Samira Makhmalbaf es hija de otro reconocido director, Mohsen Makhmalbaf. Mohsen filmó El silencio, el retrato de un niño mudo que se guiaba por los sonidos, los colores y el olfato. La película alcanza momentos de lirismo y de poesía subyugantes. Además, Kandahar es su filme más conocido. La vida detrás del burka (velo con que se cubren las mujeres afganas) es puesta sobre el tapete. Kandahar recoge la soledad, la miseria y el desgarro de una tierra dominada por los talibanes.Pero, ¿cuáles son las características generales? Lo que prima en el cine iraní es la austeridad, el tratamiento minimalista, el cuidado fotográfico y una historia que se sustenta sola. Con esos elementos, se puede hacer un buen filme, sin mucho presupuesto y sin mucha producción. El director Marcos Loayza, admirador del cine que se cuece por esos lados, indicó que para los cineastas bolivianos sería una opción viable tomarlo como referente. Algunos críticos se quejan del éxito que tiene Irán en la cinematografía, aducen que a los festivales les gusta lo exótico y lo contestatario, que por eso lo premian. Cada quien tendrá sus propias apreciaciones, pero no se puede negar que los cineastas iraníes han demostrado que el talento y la creatividad pueden superar con creces lo que brinda el vil metal.
fuente: http://www.eldeber.com.bo
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario