Presencia del cine iraní en Morelia

por Juan Francisco Prieto Husca

El poderoso cine iraní

A inicios de los noventa del siglo XX, los festivales de cine con mayor fama o considerados como serios, Cannes, Venecia, Berlín, San Sebastián, se vienen disputando la presencia del cine iraní.
Una mundo real y desconocido
Y es que en 1989 fue localizada en el Festival de Cine de Locarno, Suiza, una película verdaderamente conmovedora, de excelente factura, de una profundidad arrebatadora: ¿Dónde está la casa de mi amigo? del iraní Abbas Kiarostami. Más adelante, en 1992 se exhibió en el Festival de Cine de Cannes la película Y la vida continúa del mismo director; el filme deslumbró a toda la concurrencia, como un huracán se propagaron los comentarios, el interés por una cinematografía desconocida, creció. Pero no fue flor de temporada, ni mucho menos la presencia de un cometa; dos años después, A través de los olivos (1994), también de Kiarostami, se llevaría La Palma de Oro del Festival de Cine más importante de Francia y ese mismo año el filme sería reconocido con otros premios en otros festivales importantes en el mundo. Entonces empezó la búsqueda, las invitaciones, se iniciaba la propagación de esta cinematografía.
Surgido de la nada, de la sencillez, sin estrellas o protagonistas importantes, con escasos recursos y una censura de Estado férrea, las historias cotidianas narradas de manera intensa, poética por momentos, han hecho de esta cinematografía una poderosa propuesta para el mundo.
Los olivos de kiarostami
Pareciera un neorrealismo italiano, porque generalmente sus películas son expuestas en escenarios naturales como la calle, la montaña, la plaza, el desierto, el bosque, espacios siempre abiertos donde los intérpretes, actores no profesionales, encuentran un escenario muy propio para expresarse y moverse con toda espontaneidad; pero también pareciera a Godard y sus recurrentes maneras de filmar; el cine iraní no cuenta con muchos recursos para llevar a cabo su cinematografía, sin embargo sus realizadores han entendido que bastan una cámara, una historia inteligente y un buen ojo para construir una película, no solamente buena, sino inesperada. Pareciera el sistema DOGMA, porque la música y sonidos emanan del escenario natural o ésta es muy escasa.
A través de los olivos de Abbas Kiarostami, es un excelente ejemplo que nos ilustra todo lo anterior; mediante sus imágenes, desde cómo se realizan los castings, con qué medios filman y la capacidad de construir una historia de amor sorprendente, sencilla, hermosa, al mejor estilo de Shakespeare.
Pero lo más asombroso del cine iraní es que sin intelectualismos y estructura material que la soporte, sin el glamour engañoso o la cultura mediática que la propague, es un cine de autor, la mayoría de sus directores escriben sus películas.
Edgar Morin afirma en su libro El cine o el hombre imaginario que la fuerza o el éxito del cine descansa en su significado. Cuando la realidad es convertida en ilusión mediante la imagen, el espectador se siente tocado por esa irrealidad cotidiana.

De la controversia a la reflexión

Las películas iraníes abordan primordialmente temas cotidianos, historias comunes, pedazos de vida que, por lo general, el público ha deseado no saber e ignorar en su mundo real, solamente hasta que aparecen en pantalla nos remiten a nuestra realidad, a la condición humana, mostrándonos en algunas películas la pobreza en que viven muchas personas, como el caso de la cinta El ciclista (Mohsen Majhmalbaf, 1989), una fábula conducida con verdadero prodigio; en otras ocasiones, la mezquindad de los adultos frente al mundo infantil como el filme La manzana (Samira Majhmalbaf, 1998), un trabajo sorpresivo y lleno de tensión, que genera una profunda controversia y reflexión. Otro tema característico de estos filmes es la insistente y natural inclinación hacia la solidaridad, misma que es tratada entre los niños -el mundo adulto es más mezquino que el de los infantes-, Los niños del cielo (Majid Majidi, 2000) o bien ¿Dónde está la casa de mi amigo? (Abbas Kiarostami, 1989), Los caballos borrachos (Baman Gobadi, 1995), son filmes muy sencillos y claros, pero también emocionantes y conmovedores.
La mujer, un tema marginal y prohibido por la religión musulmana, es abordado con audacia y atrevimiento en varias películas, con el característico ritmo ágil y palpitante, como en Salam Cinema (Mohsen Majhmalbaf) y Barán (Majid Majidi), son ejemplos de esmero y un atrevimiento muy manifiesto.

Entre el universo infantil, la censura y la ficción documentada

Preocupado quizá por el futuro del mundo y de las cosas, esperanzado en el dicho "el mañana será mejor", el cine iraní apela e insiste en los niños, cuenta historias y desventuras estremecedoras, donde la inocencia llama al mundo, donde la bondad natural discurre y aflora sin ningún interés, donde el espíritu solidario fluye con sentido común. La película El corredor (Amir Naderi, 1985), nos trae el solitario y abandonado mundo infantil, pero también la fuerza y la voluntad de éstos ante la adversidad. Si bien los niños son los personajes principales de sus películas, éstos lo hacen de manera tan natural, que pareciera que no están formando parte de una película, sino que se trata de un documental.

Héroes de bajo presupuesto

Un cine de bajo presupuesto, que propone asuntos que por su apego a la vida cotidiana se convierten en poéticos como la película El color del paraíso (Majid Majidi, 1999). El cine iraní es un cine de héroes, de seres humanos tocados por la adversidad, la pobreza, el dolor. Seres cotidianos que afrontan la vida con sus propias fuerzas, entre la solidaridad y el desprecio, entre la amistad y el abandono, la lealtad confrontada frente al engaño. Un cine de sorprendente ritmo, de guiones muy bien estructurados y contados, de habilidosos montajes, que apela a los valores, que van asomando en una cinematografía que cada vez que aparece, invita a verla con el riesgo feliz de conmoverse. Porque nada puede conmover más que la realidad.
A pesar de la censura gubernamental, de estar vedados muchos temas -hasta algunos cineastas-, de los bajos recursos, el cine iraní se ha sobrepuesto a todo; así directores como Abbas Kiarostami, Mohsen Majhmalbaf (asistente algún tiempo de Kiarostami), Majid Majidi, Jafar Panahi, Baman Gobadi, Samira Majhmalbaf (hija de Mohsen, que a los 17 años filmó su primera película), Amir Naderi, son directores que cuentan y pesan en el ámbito de la cinematografía mundial. No hay película iraní que no tenga uno o varios galardones de los festivales a los que han sido invidatos. En realidad, Werner Herzog en el Primer Festival Internacional de Cine de Morelia (2003), sólo confirmó lo que muchos espectadores y en muchas partes del mundo ya había causado asombro y tomado una fuerza inusitada: el cine iraní, como una de las cinematografías de vanguardia en el orbe.
Este año, la Muestra de Cine que arranca el viernes 13 en Morelia presenta la película Las tortugas pueden volar, dirigida por Bahman Ghobadi. Triunfadora del Festival de San Sebastián en el 2004, esta es la historia de un grupo de refugiados kurdos, la mayoría huérfanos, que esperan en un campo desolado la caída del régimen de terror de Sadam Husein y cuentan los minutos para que aparezca el "redentor", el ejército norteamericano, con el que tampoco les fue muy bien. Los personajes centrales son niños que vivían en esos campos y que sobreviven desarmando bombas antipersonales que al estallar a algunos ya les amputaron los brazos o una pierna. Esta película es un verdadero himno a la esperanza inquebrantable de esas víctimas indefensas y anónimas de todas las guerras: la población civil, particularmente los niños y los ancianos.


fuente: http://www.lajornadamichoacan.com.mx

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