El placer de no vivir más lunes


Para desgracia nuestra, y cuando digo nuestra, me refiero a toda la gente que no puede acceder a círculos cinematográficos foráneos que carezcan de distribución comercial en nuestro país (salvo festivales), y se nos hace tremendamente difícil acercarnos a cineastas cómo Otar Iosseliani, Aki Kaurismaki o Goran Paskaljevic (y ya no digo nada en el caso de realizadores orientales cómo Kiyoshi Kurosawa o Takashi Miike), con escasos films distribuidos en nuestros país, ya sea en pantalla grande o editados en vídeo. Todos estos directores, y más que me dejo por falta de espacio y para evitar que la crítica se convierta en una guía telefónica, poseen un arraigado carácter autoral, tremendamente relevantes en el panorama cinematográfico europeo actual, a la misma altura ya, de gente cómo Lars Von Trier, Emir Kusturica, Nani Moretti o Pedro Almodóvar.
Este problema en la distribución de películas europeas de carácter independiente, que vendría íntimamente relacionado con el auge de las multisalas-hamburgueserías comerciales, aunque este no es el tema a tratar, hace que todo aquel espectador que se haya enfrentado a este último y brillante Iosseliani, Lundi matin, sólo tenga una referencia anterior del cineasta (a no ser que se pasara el año pasado por el festival de San Sebastián, donde se le ofreció una completa retrospectiva), aunque esta sea de la talla de la excelente Adiós, tierra firme.
Éste penúltimo film del georgiano cierra sus puertas con la huída del personaje interpretado por el propio Iosseliani, que le representa el escapar del palacio en el que vive con su ricachona e infiel mujer, para dedicarse exclusivamente a vivir bien, a ser feliz en compañía de su nuevo amigo -un mendigo borrachín- sin un duro en el bolsillo pero con un saco relleno de botellas de buen vino. Así, si Adiós, tierra firme era una puerta que se abría, Lundi matin, en consecuencia con su obra precedente, es el retrato de una huída provocada directamente por un escapar del tedio de vivir, del esclavizaje de los lunes por la mañana. Quizás la diferencia de ambos viajes sea en que en éste la razón de la huída no es tanto la desdicha que pueda provocar la riqueza, si no una lucha por escapar de la monotonía provocada por el hastío de un trabajo agotador y una vida conyugal rutinaria.
La narración ágil y divertida de la obra contrasta con los pocos diálogos de la misma –atención al inicio del film con la descripción del entorno laboral de unos trabajadores de una empresa siderúrgica, donde apenas se intercambian dos frases y sirve de perfecta presentación para nuestro protagonista-, y el gran marco que se presenta de historias, que finalmente acaban por canalizarse en la huída ya comentada que protagoniza Vincent/Vincenzo (Jacques Bidou) a Venecia, en un viaje en el que se verá acompañado por la más divertida fauna de borrachos y pícaros de la vida, haciendo de lo entrañable y lo divertido su espíritu vital, de alguna manera, vivan en su propia utopía bañados día y noche con litros y litros de alcohol.
Tanto en Adiós, tierra firme cómo Lundi matin desprenden un gusto extremo de Iosseliani por el escaso uso de diálogos, pero no me gustaría confundirles, Iosseliani, no dispone del uso del silencio cómo una herramienta ronquido-reflexiva a la manera de, por ejemplo, Antonioni o Angelopoulos, en absoluto; el realizador georgiano hace de la acción física de los personajes y de su puesta en escena, en ocasiones, de corte surrealista no muy lejana de la usada por Buñuel en El discreto encanto de la burguesía, sus principales ejes narrativos. De todas formas, si a alguien puede recordar el cine de Iosseliani, es al de otro monstro de la cinematografía europea cómo Emir Kusturica, con quien el realizador de Lundi matin, comparte afinididad por una particular picaresca gitana o marginal de tintes tragicómicos en el absurdo (y coherente) mundo de los marginados.
Ese extraño equilibrio, pocas veces conseguido, entre comedia y drama, consigue proyectarnos Lundi matin, cómo un canto ebrio a la vida, que tiene mucho para vivir y disfrutar y descubrir y revivir de nuevo, cómo ese precioso plano de Venecia vista por nuestro protagonista desde lo alto de los tejados cercanos a la Plaza San Marco, haciendo del uso de la metáfora de descubrir la verdadera esencia de una ciudad, cómo quien descubre la verdadera esencia de la vida.


fuente: www.miradas.net

No hay comentarios: